Andrajosos y demacrados llegaron los Insurgentes al pueblo de San Pablo, hoy Meoqui, un 20 de abril de 1811
Por Francisco González Carrasco/ Cronista de Meoqui
Es Importante, celebrar, recordar, conmemorar una de las etapas más tristes y brillantes de nuestro país, la lucha por la Independencia y Libertad, etapa donde el pueblo de San Pablo, hoy ciudad Meoqui, de alguna manera participó y dejó huella en la memoria nacional, al recibir en calidad de presos a los insurgentes Miguel Hidalgo y Costilla, Ignacio Allende, Juan Aldama y Mariano Jiménez, entre otros.
Un 20 de abril, pero de 1811, arribaron al pueblo de San Pablo los militares con los insurgentes presos, cercaron el lugar para evitar algún problema con la población, precisamente en el lugar donde convergen la calle Degollado y Calle Hidalgo, antes el camino Real, del este y del sur respectivamente, aquí estaba el Cuartel y presidio de San Pablo.
Era un verdadero espectáculo, pero la figura andrajosa y cansada, el rostro demacrado pero sereno de Miguel Hidalgo, llamó poderosamente la atención. Esa misma noche dispusieron que los reos fueran aseados para que al día siguiente fueran presentados en San Felipe el Real de Chihuahua y llamaron los guardias al único peluquero del pueblo, Don José María Altamirano, o Chemaría, mozo de guarnición, mandadero, aguador, cuidador de caballos y peluquero, su vivienda estaba a solo dos cuadras de la misión.
“Nos preguntaron por alguien que supiera cortar el pelo, nosotros les dijimos de tu persona y nos pidieron que te lleváramos para cortar el pelo a los reos y rasurarlos para que sean reconocidos mañana mismo en San Felipe el Real”, sin dilación Chemaría agarró sus enseres y se dirigió al Cuartel, lo recibió el guardia responsable del turno.
“No sé mucho de cortar el pelo, pero las personas que van de paso, solicitan mis servicios y se van satisfechos”, dijo Chemaría al guardia, “anda pues pasa, todos los reos están encadenados, no hay peligro alguno”, dijo el militar, Chemaria acomodó un banquillo cerca de la luz que expedía una farola de aceite y los guardias fueron acercando a los presos iniciando con Allende, fue al primero que atendió, ante un insignificante haz de luz.
Aldama, Abasolo y Jiménez siguieron, todo ahí era expectante los reos insurgentes despertaban curiosidad y temor, muy repetidamente se escuchaba los rechinidos de las puertas de hierro y el ruido peculiar de las tijeras.
Todos observaban al barbero, quien dejó en el piso una olla de peltre descarapelada, y constantemente se acomodaba una vieja toalla de algodón en el hombro y en una tela que no se notaba el color y que utilizaba como estuche, ahí guardaba las dos navajas que utilizaba, en sus trabajos.
El peluquero se percató que al último reo lo habían dejado junto al guardia más fuerte, era incongruente, pero ellos obedecían órdenes y que así fuera, sin embargo, nada en aquel hombre denotaba peligrosidad. Por un instante Hidalgo y Chemaria cruzaron miradas y se sintió un gran diálogo, donde se identificaron.
Hidalgo se mantuvo quieto hasta ese momento, observando las faenas del peluquero, hasta que le llegó el turno. “Siéntese señor, que yo solo cumplo órdenes”, le dijo Chemaría a Hidalgo, el peluquero era un viejo de ojos verdes muy bien rasurado y muy servicial, se puso a trabajar con el cura.
El Padre de la Patria muy observador pensó que el peluquero iba a cambiar el agua del recipiente, pero Chemaría se quedó perplejo mirándolo, al peluquero le sorprendió la energía, la paciencia de Hidalgo a pesar de los trajines del viaje y de las cadenas, pero lo más sorprendente fue que un sacerdote estuviera encadenado y preso, eso no lo había visto nunca, Hidalgo avanzó hacia el banquillo y el ruido de las cadenas hizo concentrarse al peluquero.
Chemaría instintivamente puso mayor cuidado con el cura Hidalgo, al ir acicalando su piel y rasurando su rostro, al grado que le pregunto en voz baja, ¿Por qué los llevan presos?, Hidalgo permaneció estático como si el peluquero no se hubiera dirigido a él.
Después de un breve silencio Hidalgo comenta, es largo el camino que nos habíamos trazado, sin embargo, hasta aquí llegamos, somos parte de los hombres que proclamamos la independencia de México, a nosotros se nos acusa de ser los autores de todos los males que están sucediendo por la lucha y Guerra de Independencia, pero nuestra causa es la libertad, a lo que tenemos derecho.
Las personas que van de paso comentan que hay levantamientos por todas partes, dijo Chemaria. ¡Amigo yo soy Miguel Hidalgo y Costilla! dijo sereno el cura, ¿Usted? ¡En todas partes se habla de usted!, replicó Chemaria, ¡Guarda silencio! dijo Hidalgo.
El viejo peluquero termina la faena con Hidalgo, sacudió sus pañuelos y exclamó: ¡buena salud señor! ¡Gracias! respondió Hidalgo al mismo tiempo que introducía su mano en el bolsillo de su vestidura y sacó un botón de oro macizo, que le quedó en su guerrera cuando fue nombrado generalísimo de Las Américas, no hacía mucho tiempo, los demás botones los perdió en la lucha y solo quedaba uno, “tómalo como pago a tu amabilidad y no por tu trabajo, no lo comentes con nadie porque lo perderás”, dijo, Don Chamaría lo recibió muy agradecido tras reflexionar: “es cierto que el oro no limpia el alma, pero quita el hambre”.
“Ve con Dios hijo mío, te ofrezco mi mano sincera y no olvides cobrar tus honorarios”, dijo Hidalgo.
Al día siguiente 21 de abril partieron a san Felipe, ahí en san Felipe duraron hasta el 30 de julio donde fueron fusilados y cercenadas sus cabezas. Miguel Hidalgo permaneció 131 días como prisionero hasta su ejecución.
Finalmente, la Independencia se consumó el 27 de septiembre de 1821.
Miguel Hidalgo estuvo preso en San Pablo el 20, y 21 de abril de 1811, esta anécdota nos llena de patriotismo y orgullo.