18 años después, los huesos hablan de lo ocurrido en el interior de la mina Pasta de Conchos y, vaya que si tienen mucho que decir. De hecho, ya comenzaron a contar la historia real, esa que se prefirió enterrar junto con los mineros, esa que no tiene nada que ver con la narrativa oficial que se estableció en su momento.
Como un fantasma deplorable, la impunidad deambuló en Pasta de Conchos antes, durante y después de la tragedia. Esta es la historia:
Las condiciones de seguridad ya eran precarias, La mina 8 del complejo Pasta de Conchos era peligrosa para los trabajadores y terminó por ser letal. La explosión del 19 de febrero de 2006 fue la consecuencia lógica de un cúmulo de fallas permitidas por la propia autoridad laboral que, aun con todas las carencias, permitía las operaciones con normalidad. Tal vez por el propietario, Germán Larrea, el segundo hombre más rico de México.
Durante la tragedia se tomaron una serie de decisiones poco comprensibles. Por ejemplo, se asignaron los trabajos de rescate al consorcio Grupo México, propietario de la mina, lo cual resulta inaceptable pues con ello se situó en una posición en la que podría entorpecer e incluso frustrar el rescate si este no resultaba conveniente para sus intereses económicos.
Grupo México no tuvo ningún reparo en dejar a los trabajadores al interior de la mina. Como si no se tratara de seres humanos y como si no tuvieran responsabilidad en la tragedia, decidieron suspender las labores de rescate el 4 de abril de 2007. ¿Dónde estaban las autoridades cuando la empresa tomó esa decisión unilateral? ¿Por qué el gobierno no hizo nada para continuar el rescate?
Ahora sabemos que para los trabajos se pudo haber contratado a compañías internacionales especializadas o incluso a la propia Comisión Federal de Electricidad, dependencia que finalmente llegó al lugar donde se encontraban los primeros restos.
Y son precisamente los mineros fallecidos quienes comienzan a contar la historia a través de sus huesos. En un primer estudio se concluyó que no existen indicios de que se hubiera registrado una explosión, al menos no en la galería donde se encontraban 13 trabajadores.
Esa revelación es importante porque despierta una serie de interrogantes que indignan con toda razón a los familiares de las víctimas. Creen que la empresa y las autoridades dejaron morir a los mineros.
Si no hubo explosión, ¿estaban vivos esos 13 trabajadores en los días posteriores a la tragedia? ¿Cuántos días duró su agonía? Si no murieron por la explosión, entonces ¿cómo fue? ¿Los encargados de los trabajos agotaron realmente todas las opciones para rescatarlos? ¿Le convenía más a Grupo México dejarlos enterrados para que no expusieran las condiciones de la mina?
Tras suspender los trabajos, las autoridades y la empresa impusieron una narrativa implacable: el rescate era imposible y entrañaba el riesgo de que murieran más personas. Ahora sabemos que mintieron.
Repitieron tantas veces su mentira que se convirtió en una verdad aceptada por la opinión pública. Los restos de los trabajadores habían sido ya olvidados por las autoridades y por todos, menos por sus familiares. Su tenacidad e insistencia lograron que se reiniciaran los trabajos y hoy vemos los resultados.
Los trabajos duraron 4 años, de no haberse cancelado el rescate inicial, hace 14 años los familiares hubieran podido dar sepultura y despedirse de sus esposos, padres, hijos, que se quedaron en las entrañas de la tierra.
Muchos de ellos aún esperan en la profundidad. Pronto les tocará el turno de seguir contando la historia, un relato de injusticia e impunidad protagonizado por empresarios y autoridades que tienen más millones que vergüenza.